Estos últimos años y especialmente estos últimos días de enfrentamientos políticos, han sido de gran aprendizaje. Las redes sociales han puesto en evidencia el comportamiento humano de quien piensa diferente.
Desde que asumí una postura frente a distintas cuestiones, he experimentado situaciones inusitadas: por un lado aparecieron un gran número de "amigos de mis ideas"; por el otro, muchos que antes admiraban mi imparcialidad, se decepcionaron e incluso se disgustaron al descubrir que tengo una visión del mundo diferente a la de ellos.
El comentario que hoy dejó un "amigo virtual" en mi perfil es muy ilustrativo de esta realidad: "¿Cómo es posible que una persona sensible y aparentemente inteligente como vos piense así?"
Se torna difícil convivir con estas situaciones, especialmente si apreciamos realmente a las personas. Me pregunto entonces: ¿Seré yo el que está equivocado?
Creo que lo que nos provoca angustia es la posibilidad de estar en el error. Generalmente, ante este tipo de situaciones me quedo pensando y cuestionándome profundamente. ¿Será que cuanto más estudia el ser humano se vuelve más imbécil o el imbécil soy yo?
El hecho de que una persona sea inteligente, talentosa, innovadora no quiere decir que comparta los mismos valores que yo. Es posible y probable que el otro tenga valores morales diferentes. Ambos coincidimos seguramente en querer un mundo mejor, más justo, más respetuoso, más equitativo, con posibilidades para todos; pero no compartimos los medios para lograrlo.
Para mi "lograrlo" significa respetar la ley, la autoridad y la libertad individual. Reconocer que no lo se todo, que el mundo y el hombre son imperfectos y que es imposible resolver las cosa a través de una revolución. Lograrlo es consensuar para transformar lo que está errado y tener la grandeza para reconocer y conservar lo que está bien. Significa tener valores basados en el respeto y ser lo suficientemente honestos para aceptar que cuando nos equivocamos, la culpa es únicamente nuestra y por eso, debemos hacernos cargo de las consecuencias de nuestras decisiones.
Por el contrario, no son pocos los que piensan que la ley puede ser eludida por causa de un bien mayor, que la autoridad puede y debe ser cuestionada, que aquello que no perjudica no debe ser prohibido, que todos tenemos derecho a expresarnos como queremos. Son aquellos que, cuando se equivocan, culpan a factores externos no asumiendo nunca su responsabilidad.
Tanto ellos como yo somos igualmente inteligentes. Sin embargo arribamos a distintas conclusiones porque partimos de valores morales diferentes. Nuestras disputas no son producto de la ignorancia o de la maldad. Está claro que existen los contumaces pero no es a ellos a los que me refiero aquí, sino a aquellos con quienes hablo y comparto cotidianamente la vida real y virtual.
Podemos estar de acuerdo en algunas cosas y tolerarnos, siempre y cuando la tolerancia no implique hacer concesiones tan grandes que perviertan nuestros valores; porque se que difícilmente conseguiré convencerlos para que compartan mi visión del mundo, como tampoco ellos lo harán conmigo.
Los valores morales no dependen de las circunstancias y una vez adquiridos, no se dejan de lado ni se negocian. Algunos tienen raíces biológicas; otros son el resultado de las presiones sociales, de las costumbres, de condicionamientos emocionales, imitación o influencia de nuestros entornos. Algunos tienen que ver con la racionalidad, con la fe; otros con la naturaleza humana.
¿Existen entonces múltiples moralidades?
Prefiero hablar de dimensiones paralelas, de mundos morales distintos o de diferentes perspectivas. Por lo tanto, ningún discurso político nos llevará al consenso.
Quien no entiende esto, continuará confrontando.