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viernes, 21 de septiembre de 2018

NUESTRAS PÉRDIDAS

A lo largo de nuestras vidas, enfrentamos muchas pérdidas: la desaparición de un ser querido, el término de una relación, un sentimiento que se transforma, una expectativa no concretada, una situación social, económica o laboral que cambia radicalmente; a pesar de la certeza que tenemos con respecto a la muerte en todos sus aspectos, nunca estamos preparados para enfrentarnos a ella.
La resiliencia es esa capacidad con la que contamos los seres humanos para adaptarnos positivamente a situaciones adversas, aún aquellas que literalmente nos doblegan hasta la nada. Sin embargo desde esa nada, podemos resurgir, inclusive más fuertes que antes.
Solemos cuestionar los motivos que nos llevan a atravesar por ese tipo de situaciones. Tenemos una enorme dificultad para aceptar y entender, debido a que olvidamos que no todo en la vida tiene una explicación. Nos enojamos, nos indignamos, nos castigamos y dentro de esta “lógica”, perdemos de vista que no siempre es saludable y positivo comprender una pérdida, ya que pocas son las ocasiones en que conseguiremos hacerlo.
En la mayoría de las ocasiones, la mejor salida para aprender a lidiar con ellas, es la aceptación. Mirar hacia adentro, acoger el sentimiento presente – sea tristeza, frustración, indignación o rabia-, entendiendo que él forma parte de ese proceso.
La mente puede ser nuestra mayor aliada o convertirse en nuestra mayor enemiga, en la medida en que la utilicemos como recurso para reconstruir y no para castigarnos. No significa que debemos aceptar todo sin reaccionar. Pero la forma en la cual lo hagamos, será elección nuestra. El dolor es inevitable, más el sufrimiento puede ser opcional.
Es preciso encontrar una forma más positiva de ver las cosas y talvez ella no aparezca de inmediato; pero todo el mundo tiene la suya. Podemos llorar, sufrir, odiar a todo el mundo, todo eso forma parte del momento. El problema no es sentir si no persistir en eso y hacer de ello una capa protectora que termina por no protegernos de nada. La resiliencia, como dije anteriormente, hace que pasemos por las situaciones más adversas y salgamos aún más fortalecidos.
Dejemos que el tiempo haga lo suyo y devuelva todo a su lugar. Los seres humanos somos las criaturas que más se adaptan a las condiciones que le son impuestas. Siempre fue así. Eso no quiere decir que no debamos luchar para salir de un lugar en el que no queremos estar.
Estamos en proceso continuo de evolución y por lo tanto de frecuentes oscilaciones entre momentos absolutamente felices y otros que literalmente nos derrumban. El gran desafío es abrir las puertas a todos, sin pretender que permanezcan.
Perder a quien amamos es siempre un ejemplo claro de eso y talvez el motivo por el cual escribo sobre la resiliencia hoy. La vida es un círculo y los círculos comienzan, giran y terminan. Si quien amamos precisa partir en los próximos días, meses o años, lo que nos resta hacer es amarlos mientras están aquí, en lugar de sufrir anticipadamente pensando en su ausencia.
Si estas triste por algo que terminó o alguien que ya partió; si estas frente a una situación próxima a eso, intenta pensar en el círculo que gira sin parar y entiende que formas parte de él.  Todos nos iremos un día y dejaremos un vacío en los demás. Todo cambia, nada es estático ni permanente.
Cuidemos de lo que tenemos. Vivamos en el momento presente. Y, en el caso de enfrentarnos con un fin, seamos resilientes. Permitámonos caer, pero jamás permanezcamos en el suelo.

viernes, 14 de septiembre de 2018

¿FALTA DE TIEMPO O DE PRIORIDAD?

En la actualidad, la falta de tiempo es una de las excusas más utilizadas a la hora de procrastinar (postergar). Solemos escuchar frases como “necesito un día de 48 horas” u “ojalá pudiera tener más tiempo para…”
Sin embargo, si nos detenemos a pensar un poco, descubriremos una marcada falta de interés o compromiso con aquellas tareas, responsabilidades o personas para las que no encontramos un momento.

No tener tiempo, muy probablemente sea no querer o tener otras prioridades. Por lo tanto, empecemos a reemplazar poco a poco el “tengo que” por el “elijo hacer”, logrando erradicar de manera progresiva las excusas que nos inventamos y que nos consumen una enorme energía mental.
Desde nuestra perspectiva, solemos también reclamar tiempo o presencia. Por eso, es necesario analizar estas situaciones, para aprender a colocarnos en un lugar de prioridad y no de segunda opción, aceptando tiempos exigidos de los demás. Pensemos honestamente: cuando realmente queremos, encontramos la manera. Cuando alguien realmente nos quiere, no inventa ninguna disculpa.
Siempre tendremos tiempo suficiente para hacer aquello que amamos y deseamos; siempre hallaremos el espacio para las personas a las que queremos ver, con las que tenemos ganas de conversar o por las cuales nos preocupamos; de lo contrario, tal vez no sean tan importantes.
¿No crees que es un buen momento para que repensemos aquellas cosas a las que nos sentirnos obligados, que no hacen otra cosa que robarnos la energía? ¿No sería saludable quitar todo aquello que no hacemos por más que nos empeñemos en mantener, pero que sigue desgastando y minando nuestras emociones?
A lo largo de la vida, nos obligamos a conseguir espacios para los otros y para aquellas tareas con las cuales nos identificamos. Somos consumidos por actividades que nos roban prácticamente todo el tiempo libre del que disponemos. Aun con todo eso, el hecho es que, la falta de tiempo es sólo una percepción. Lo importante es saber qué vamos a hacer con él.
La vida es un cúmulo de prioridades y responsabilidades. Por eso, necesitamos redescubrir el sano ocio, aprender a organizar esos espacios libres que nos quedan en medio de ellas. Poco a poco aprendemos a dejar de lado todo aquello que no está en línea con nuestros objetivos y propósitos. Es hora que hagamos lo mismo con las relaciones.
Estamos rodeados de personas que conservamos en nuestra vida por el simple hecho de que siempre estuvieron allí. Nos esforzamos por mantener relaciones familiares o históricas que, a través de indicios claros nos colocan en el lugar de la opción, cuando los planes originales fallan. Es muy interesante observar eso porque, con su actitud, nos enseñan a elegir libremente qué compartir de sí mismos, cuándo y con quién. Nos muestran que merecemos estar rodeado de quienes nos colocan en el lugar de la prioridad.
Por lo tanto, si estamos en esta situación, sintiendo que dedicamos el 100% de nosotros a algo que debe ser recíproco y no lo es, tal vez sea momento de aceptar que, por detrás de la excusa de la falta de tiempo, existe falta de interés. Es doloroso y decepcionante. Sin embargo, es fundamental resolver ese desequilibrio; es sano a largo plazo poner fin a la excusa de la falta de tiempo antes que continuar manteniéndose en relaciones unilaterales.
Tenemos la libertad de escoger a quienes queremos en nuestra vida. Cuando lo hagamos, pensemos también en quienes nos escogieron para estar en la suya. Valoremos a quienes nos demuestran que quieren estar a nuestro lado. Tratemos de cultivar relaciones sinceras que nos permitan mantener una autoestima equilibrada.
Dar nuestro tiempo a los demás no implica obligar a los otros a cumplir sus expectativas. Sin embargo, es necesario un mínimo de reciprocidad.
No sacrifiquemos nuestra dignidad y nuestro amor propio a costa del egoísmo de los demás.