En la actualidad, la falta de tiempo es una de las excusas más
utilizadas a la hora de procrastinar (postergar). Solemos escuchar frases como
“necesito un día de 48 horas” u “ojalá pudiera tener más tiempo para…”
Sin
embargo, si nos detenemos a pensar un poco, descubriremos una marcada falta de
interés o compromiso con aquellas tareas, responsabilidades o personas para las
que no encontramos un momento.
No tener tiempo, muy probablemente sea no querer o tener otras prioridades.
Por lo tanto, empecemos a reemplazar poco a poco el “tengo que” por el “elijo
hacer”, logrando erradicar de manera progresiva las excusas que nos
inventamos y que nos consumen una enorme energía mental.
Desde nuestra perspectiva, solemos también reclamar tiempo o
presencia. Por eso, es necesario analizar estas situaciones, para aprender a
colocarnos en un lugar de prioridad y no de segunda opción, aceptando tiempos
exigidos de los demás. Pensemos honestamente: cuando realmente queremos, encontramos la manera. Cuando alguien
realmente nos quiere, no inventa ninguna
disculpa.
Siempre tendremos tiempo
suficiente para hacer aquello que amamos y deseamos; siempre hallaremos el
espacio para las personas a las que queremos ver, con las que tenemos ganas de
conversar o por las cuales nos preocupamos; de lo contrario, tal vez no sean tan
importantes.
¿No crees que es un buen momento para que repensemos aquellas
cosas a las que nos sentirnos obligados, que no hacen otra cosa que robarnos la
energía? ¿No sería saludable quitar todo aquello que no hacemos por más que nos
empeñemos en mantener, pero que sigue desgastando y minando nuestras emociones?
A lo largo de la vida, nos obligamos a conseguir espacios para
los otros y para aquellas tareas con las cuales nos identificamos. Somos
consumidos por actividades que nos roban prácticamente todo el tiempo libre del
que disponemos. Aun con todo eso, el hecho es que, la falta de tiempo es sólo
una percepción. Lo importante es saber qué vamos a hacer con él.
La vida es un cúmulo de prioridades y responsabilidades. Por
eso, necesitamos redescubrir el sano ocio, aprender a organizar esos espacios
libres que nos quedan en medio de ellas. Poco a poco aprendemos a dejar de lado
todo aquello que no está en línea con nuestros objetivos y propósitos. Es hora
que hagamos lo mismo con las relaciones.
Estamos rodeados de personas que conservamos en nuestra vida por
el simple hecho de que siempre estuvieron allí. Nos esforzamos por mantener
relaciones familiares o históricas que, a través de indicios claros nos colocan
en el lugar de la opción, cuando los planes originales fallan. Es muy
interesante observar eso porque, con su actitud, nos enseñan a elegir libremente
qué compartir de sí mismos, cuándo y con quién. Nos muestran que merecemos
estar rodeado de quienes nos colocan en el lugar de la prioridad.
Por lo tanto, si estamos en esta situación, sintiendo que
dedicamos el 100% de nosotros a algo que debe ser recíproco y no lo es, tal vez
sea momento de aceptar que, por detrás de la excusa de la falta de tiempo,
existe falta de interés. Es doloroso
y decepcionante. Sin embargo, es fundamental resolver ese desequilibrio; es
sano a largo plazo poner fin a la excusa de la falta de tiempo antes que
continuar manteniéndose en relaciones unilaterales.
Tenemos la libertad de escoger a quienes queremos en nuestra
vida. Cuando lo hagamos, pensemos también en quienes nos escogieron para estar
en la suya. Valoremos a quienes nos demuestran que quieren estar a nuestro
lado. Tratemos de cultivar relaciones sinceras que nos permitan mantener una
autoestima equilibrada.
Dar nuestro tiempo a los demás no implica obligar a los otros a
cumplir sus expectativas. Sin embargo, es necesario un mínimo de reciprocidad.
No sacrifiquemos
nuestra dignidad y nuestro amor propio a costa del egoísmo de los demás.
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